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Unos estudios encuentran poca evidencia de envejecimiento físico en especies de tortugas, algunas de las cuales ralentizan el envejecimiento como respuesta a mejores condiciones medioambientales

Peer-Reviewed Publication

American Association for the Advancement of Science (AAAS)

En dos estudios, investigadores analizaron el envejecimiento en tetrápodos de sangre fría, revelando sorprendentemente poca evidencia de senescencia, o envejecimiento físico, en varias especies de tortugas. Los hallazgos de ambos estudios desafían los supuestos de algunos modelos evolutivos que sugieren que la senescencia, o envejecimiento físico, es un destino ineludible. En la naturaleza, algunas especies viven vidas excepcionalmente largas, aparentemente evitando la senescencia, el proceso natural de deterioro de las características funcionales de un organismo con la edad. Esto es especialmente así en el caso de los Testudines, un género de reptiles que engloba tortugas y galápagos, algunos de los cuales pueden vivir más de 100 años. En estos dos estudios, los investigadores analizan los impactos y los patrones de envejecimiento en estas y otras especies estrechamente relacionadas que varían mucho en sus tasas de envejecimiento, a pesar de otras similitudes fundamentales. “Al investigar la naturaleza de [esta] variación, puede aprenderse algo nuevo acerca del envejecimiento en humanos”, escriben Steven Austad y Caleb Finch en una publicación relacionada.

 

En un análisis, Beth Reinke y sus colegas proporcionan un estudio comparativo de las tasas de envejecimiento y la duración de la vida de los tetrápodos salvajes de sangre fría. Utilizando datos de estudios de campo a largo plazo de 77 especies de 107 poblaciones silvestres, incluyendo tortugas, anfibios, serpientes y cocodrilos, los autores evaluaron cómo el modo termorregulatorio, la temperatura medioambiental, las adaptaciones para protección y el ritmo de vida contribuyen al envejecimiento físico. En comparación con pájaros y mamíferos, Reinke et al. encontraron mayor diversidad en las velocidades de envejecimiento en el grupo del estudio. La longevidad de los ectotermos (estimada como número de años después de la primera reproducción cuando el 95 % de los adultos ha muerto) osciló entre 1 y 137 años. Por el contrario, la longevidad de los primates es de entre 4 y 84 años. Los autores también encontraron poca evidencia de envejecimiento en múltiples especies de quelonios, en algunas salamandras y en los tuátaras. Las adaptaciones protectoras y las estrategias vitales (como los caparazones óseos y un ritmo de vida relativamente lento en el caso de las tortugas) ayudan a explicar el insignificante envejecimiento de estas especies longevas. En otro estudio, Rita da Silva et al. examinaron los cambios en la tasa de mortalidad con la edad en animales en cautividad, centrándose en 52 especies de tortugas y galápagos en poblaciones en zoos. De igual manera, da Silva et al.encontraron que la senescencia era lenta o inapreciable en aproximadamente el 75 % de las especies evaluadas. Además, aproximadamente el 80 % experimentó tasas de envejecimiento inferiores a las de los humanos modernos. A diferencia de los humanos y otras especies, las conclusiones en entornos controlados sugiere también que algunas especies de tortugas pueden reducir el envejecimiento físico como respuesta a mejores condiciones medioambientales, en las que, a medida que mejoran las condiciones, pueden asignar más energía a la supervivencia en vez de a la protección, prolongando así sus vidas. 


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