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A la captura de la ballena azul

La historia de la caza comercial del mayor cetáceo del planeta en las aguas templadas del Atlántico

Peer-Reviewed Publication

University of Barcelona

A la captura de la ballena azul

image: Ballena azul en la factoría de Cangas de Morrazo (Galicia, España) en 1979. view more 

Credit: Manuel Hermelo/Jesús Cancelas, Museo Massó

Con un peso equivalente al de 2.000 personas, la ballena azul es el mayor animal que ha existido nunca. No es de extrañar que este cetáceo fuera la especie más perseguida por su tamaño corporal y su rendimiento económico cuando la pesca ballenera moderna arrancó, a mediados del siglo xix. Las primeras capturas, en el norte de Noruega, se extendieron pronto a otras áreas marinas, y en pocas décadas en el Atlántico norte se capturaron más de 15.000 ejemplares. A principios del siglo xx, las poblaciones de ballena azul, que ya eran relativamente pequeñas, se desplomaron en la mayoría de las zonas del océano Atlántico norte, y la especie fue sustituida por el rorcual como principal objetivo comercial de los barcos balleneros.

Estas son parte de las conclusiones del artículo publicado en la revista Scientific Reports y firmado por los expertos Àlex Aguilar y Assumpció Borrell, de la Facultad de Biología y el Instituto de Investigación de Biodiversidad (IRBio) de la Universidad de Barcelona. El trabajo recopila la información disponible sobre capturas de ballena azul durante el siglo xx en la franja templada del Atlántico norte, una región oceánica en la que las capturas continuaron hasta 1979 a pesar de la protección de la especie, iniciada en 1954.

La ballena azul, el gigante de los mares aún en peligro

La ballena azul (Balaenoptera musculus) es el mayor de los cetáceos —puede llegar a superar los 30 metros y las 190 toneladas— y pertenece al grupo de los misticetos, ballenas con barbas. Es una ballena migradora de grandes distancias, se nutre sobre todo de krill y de peces pequeños, y está catalogada como especie amenazada en la Lista Roja de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN).

El nuevo trabajo analiza la documentación interna de la actividad ballenera (cuadernos de bitácora de los buques cazadores, documentación interna de las compañías, etc.) que tuvo lugar en las aguas templadas del Atlántico norte durante el período 1921-1985. Esta información es contrastada con los datos aportados por estudios científicos e informes de inspección de pesca pertenecientes a los años 1981-1987. Las estadísticas oficiales sobre capturas balleneras, hasta ahora las únicas fuentes de información disponibles, «a menudo estaban falseadas y escondían cerca de la mitad de las capturas», explica el catedrático Àlex Aguilar, jefe del Grupo de Investigación Consolidado de Grandes Vertebrados Marinos de la UB.

Los datos indican un total de 61 capturas de ballenas azules en 55 años (1,12 individuos por año), la mitad de las cuales no fueron declaradas nunca. En concreto, los datos de la década de 1950 revelan capturas de algunos rorcuales comunes (Balaenoptera physalus) de grandes dimensiones, «pero no está claro si esto se corresponde con una identificación errónea de la especie o bien con errores en las medidas de los espécimenes, de manera que no se puede descartar que el número real de ballenas azules capturadas fuera ligeramente superior al número estimado», apunta la profesora Assumpció Borrell, del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales y del IRBio.

Cuando las primeras factorías modernas comenzaron a operar en la península ibérica, en 1921, la ballena azul era una especie rara y la explotación se centró en el rorcual común, una ballena más pequeña pero más abundante. «Eso no evitaba, sin embargo, que cuando los arponeros encontraban alguna ballena azul también la pescasen. De hecho, la última ballena azul que se pescó en el mundo fue capturada en 1979 por una empresa española, Industria Ballenera S. A., en aguas de Galicia», puntualiza Aguilar.

La longitud media de las ballenas azules capturadas en aguas peninsulares, la mayoría juveniles, era inferior a la de los ejemplares de latitudes más altas. «Estos datos indicarían una estratificación geográfica de la población, con una mayor proporción de ejemplares inmaduros en las aguas templadas y la población adulta desplazada hacia latitudes más elevadas y aguas más frías», indican los autores.

 

De la explotación a gran escala a la captura sostenible

Durante el siglo xx hubo dos periodos bien diferenciados en la pesca de ballenas en las costas atlánticas. En los años 20 —en plena expansión de las empresas noruegas—, la pesca fue a gran escala, con numerosos barcos y factorías terrestres y flotantes. El resultado fue insostenible y desembocó en una fuerte reducción de las poblaciones de ballena azul.

En una segunda fase, de los años 40 a 1985, la explotación fue mucho más moderada, con solo factorías terrestres y un número modesto de barcos cazadores. Aunque la Comisión Ballenera Internacional (CBI) reguló la protección de la especie en 1954, en aquella época España aún no era miembro de ella y las capturas de ballenas azules continuaron en el país hasta 1979. Una vez que la Comisión reguló las operaciones en España, con cuotas de captura e inspecciones de pesca, las operaciones fueron plenamente sostenibles. La moratoria en la captura comercial de ballenas, que entró en vigor en 1986 —y que fue aceptada por España—, puso punto final a seis décadas de intensa explotación.

La población actual de ballenas supera el millar de ejemplares en el Atlántico sur, mientras que en la vertiente oriental del Atlántico norte se estima que hay entre 4.000 y 5.000 ejemplares. «El factor más determinante en la recuperación de la especie en el litoral peninsular ha sido la protección. La recuperación fue lenta al principio —el número de ejemplares era muy reducido—, pero en la última década y media el aumento poblacional de la ballena azul ya es visible, por ejemplo, en aguas de Galicia», subraya Aguilar.

En la actualidad, la pesca ha dejado de ser un problema para la conservación de las ballenas. Las poblaciones que aún se explotan en Noruega, Japón, Islandia, Estados Unidos o Rusia se encuentran en niveles saludables y las cifras de captura están claramente por debajo de la tasa de reposición de individuos. «Sin embargo, hay otros factores que parecen más alarmantes. En el Mediterráneo, por ejemplo, las muertes de ballenas por colisiones con barcos son demasiado frecuentes. Las consecuencias del cambio climático también son preocupantes, aunque no está claro si realmente tendrá un efecto negativo, e incluso algunos estudios apuntan a que podría favorecer a ciertas especies», indican los autores.

Aparte del aspecto económico, la caza comercial de ballenas también ha dejado una profunda huella histórica y arquitectónica en algunos países. En el caso de España, las acciones de algunas administraciones para catalogar las factorías balleneras como bienes patrimoniales no han evitado el deterioro de muchos equipamientos, hoy en día desaparecidos o convertidos en escombros o chatarra.

«En este sentido, la diferencia con otros países de tradición ballenera es notable. Solo hay que pensar en el caso del IBSA I, el último barco cazador español, con 48 metros de eslora. En 1989 fue adquirido por el Museo de Sandefjord (Noruega) por un valor de 1.000 pesetas (6 euros) cuando iba a ser desguazado. Hoy tiene el nombre de Southern Actor y es el principal atractivo de este museo», concluye Àlex Aguilar.

 


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