La cuestión moral de las emociones animales

¿Son los animales, incluidos los invertebrados como cefalópodos, crustáceos e insectos, seres sensibles? ¿Tienen sentimientos y respuestas emocionales distintas, como la felicidad, el placer, el miedo o el dolor? El tema ha suscitado un intenso debate durante décadas en los campos de la biología, la neurociencia y la filosofía. Sin embargo, cada vez hay más consenso en que las emociones y las experiencias sentidas no se limitan a los seres humanos o a los animales semejantes a los humanos. De ser así, ¿cómo afecta el reconocimiento de las emociones en los animales a nuestros propios marcos morales y éticos? «Cuando la comunidad médica reconoció el dolor infantil en la década de 1980, fue porque las pruebas eran tan abrumadoras que los médicos no podían seguir actuando como si los bebés fueran inmunes al dolor», escriben Frans de Waal y Kristin Andrews. «Se está llegando a un punto similar en el que ya no se puede tratar a los invertebrados como si solo tuvieran una respuesta nociceptiva a los estímulos perjudiciales». En un artículo de Perspective, de Waal y Andrews analizan las pruebas científicas que sugieren que los animales experimentan emociones tanto positivas como negativas y destacan el debate científico en torno a lo que constituye la sensibilidad animal y cómo puede medirse, si es que es posible. Según de Waal y Andrews, el reconocimiento de la sensibilidad y las emociones de los animales plantea una serie de problemas morales y éticos, muchos de los cuales han sido convenientemente negados a lo largo de la dilatada historia de explotación de los animales por parte del ser humano. «Aunque estamos acostumbrados a pensar en cómo nuestras acciones afectan a otros seres humanos, el reconocimiento de la sensibilidad animal generalizada requiere que también tengamos en cuenta, y analicemos, nuestro impacto en otras especies», escriben los autores. «De este modo, la sensibilidad animal está destinada a complicar un mundo moral de por sí complejo».