Una dieta rica en grasas no es suficiente para provocar la enfermedad del hígado graso a corto plazo. Ahora bien, si esta dieta se combina con el consumo de bebidas edulcoradas con fructosa líquida, se acelera la acumulación de grasas en el hígado y aparece un cuadro de hipertrigliceridemia, un factor de riesgo cardiovascular.
Así se desprende de un estudio en un modelo experimental de rata publicado en la revista Molecular Nutrition and Food Research y dirigido por el catedrático Juan Carlos Laguna, de la Facultad de Farmacia y Ciencias de la Alimentación, el Instituto de Biomedicina de la Universidad de Barcelona (IBUB) y el Centro de Investigación Biomédica en Red de Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN).
En el estudio también han colaborado los investigadores Aleix Sala-Vila y Iolanda Lázaro, del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), y José Rodríguez-Morató, del IMIM-Hospital del Mar y MELIS-Universidad Pompeu Fabra, entre otros expertos.
La fructosa y el metabolismo lipídico
La fructosa o azúcar de la fruta es uno de los edulcorantes más habituales en la industria alimentaria. Este azúcar simple (monosacárido) se obtiene industrialmente del jarabe de maíz, un producto derivado de esta gramínea. Con un gran poder edulcorante y bajo coste de producción, la fructosa es utilizada para endulzar bebidas, salsas y alimentos procesados, a pesar de las evidencias científicas que la asocian con enfermedades metabólicas que son factores de riesgo de patologías cardiovasculares.
Según el nuevo trabajo, el incremento que causa la fructosa en la síntesis de ácidos grasos en el hígado es más decisivo que el aporte externo de grasas a través de la dieta. «En las dietas altas en grasas y suplementadas con fructosa líquida, este monosacárido es capaz de inducir un incremento en la lipogénesis de novo —es decir, en la formación de grasas a partir de azúcares— y una inhibición de la oxidación lipídica en el hígado», detalla el catedrático Juan Carlos Laguna, del Departamento de Farmacología, Toxicología y Química Terapéutica.
«En concreto, la ingesta de fructosa afecta directamente a la expresión y la actividad del factor nuclear ChREBP. Una vez activado, este factor es responsable del incremento de la expresión de las enzimas que controlan la síntesis hepática de ácidos grasos», prosigue. «En paralelo, la ingesta de fructosa también reduce la actividad del receptor nuclear PPARalfa, que es el principal responsable del control de la expresión de genes que codifican enzimas implicadas en la oxidación de ácidos grasos (mitocondrial y peroxisómica) en el hígado».
Tal y como indica el nuevo estudio preclínico, la combinación de la grasa saturada de origen dietético y la inducción de la síntesis endógena de ácidos grasos es la que provoca la aparición rápida del hígado graso. «Además, por primera vez describimos que la fructosa —a diferencia de la dieta rica en grasa— incrementa la proteína PNPLA3, que se asocia a la aparición de hipertrigliceridemia, un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular», detalla Núria Roglans, coautora del estudio y miembro del departamento citado.
La enfermedad del hígado graso en humanos
Varios estudios epidemiológicos vinculan el consumo de bebidas azucaradas con fructosa y la enfermedad de hígado graso no asociada al consumo de alcohol (NAFLD), una patología para la que todavía no se dispone de ninguna terapia farmacológica específica. En los pacientes de NAFLD, la lipogénesis de novo contribuye hasta en un 30 % a la cantidad de lípidos acumulados en el hígado, mientras que en las personas sanas este proceso de síntesis solo aporta el 5 % de los lípidos hepáticos.
El modelo animal que ha caracterizado el equipo será de potencial interés a la hora de estudiar futuros fármacos para tratar la NAFLD. «Las personas afectadas por esta patología tienen una actividad de síntesis endógena de lípidos en el hígado que es superior a la de las personas sanas. Por eso, es bastante probable que los efectos descritos en este trabajo también se den en humanos», apuntan los expertos.
«Desgraciadamente —continúan—, el hígado graso es el punto de partida de patologías más graves, como la esteatohepatitis y la cirrosis. Y es una enfermedad prácticamente asintomática, aunque en algunos casos pueden manifestarse trastornos digestivos leves de tipo inespecífico. Aparte de llevar una dieta sana y hacer ejercicio físico, por ahora no existe ningún tratamiento farmacológico eficaz contra esta patología».
Cabe detallar que los efectos descritos en el trabajo solo son observables si la fructosa —el azúcar de la fruta— se ingiere en forma líquida: «En el caso de las bebidas azucaradas, la fructosa se absorbe rápidamente y llega masivamente al hígado, produciendo las alteraciones metabólicas descritas. Por usar un símil, podríamos hablar de la aparición de una sobredosis de fructosa cuando esta se ingiere en forma de bebidas azucaradas», subraya el equipo.
«Ahora bien, cuando comemos una pieza de fruta, la cantidad de fructosa ingerida es mucho más reducida que cuando bebemos una bebida edulcorada. Además, el proceso de masticación y la presencia de otros componentes de la fruta, como la fibra, ralentiza enormemente la absorción de fructosa y la llegada de esta al hígado», concluyen los autores.
Journal
Molecular Nutrition & Food Research
Method of Research
Experimental study
Subject of Research
Animals
Article Title
ChREBP-driven DNL and PNPLA3 Expression Induced by Liquid Fructose Are Essential in the Production of Fatty Liver and Hypertriglyceridemia in a High-fat Diet-fed Rat Model
Article Publication Date
6-Feb-2022